John MacArthur: más allá de las diferencias
- Jose Luis Torres
- 24 jul
- 4 Min. de lectura

El cristianismo no es un bloque monolítico, lo cual es evidente en la existencia de tantas denominaciones. Pero incluso dentro del abanico denominacional, difícilmente podríamos señalar a una de ellas como un bloque monolítico. Decir: “los reformados son así”, o “los pentecostales son así”; en la mayoría de las ocasiones suelen ser expresiones reduccionista y simplistas de estos grupos.
Nuestro enfoque al hablar de distintas denominaciones, quizás de manera inconsciente, se direcciona a los factores particulares que las diferencian entre sí. Si bien hay una base esencial ortodoxa que nos une, nos resulta más natural enfocarnos en lo que nos diferencia. De esto último, hemos creado grandes murallas divisoras, siendo que en los principios ortodoxos está el ADN que nos confirma como parte del mismo cuerpo.
Como predicador itinerante, no han sido pocas las veces que, por la gracia del Eterno, he podido compartir con diferentes denominaciones. Y las veces que me sentí como pez fuera del agua fueron incontables; por una liturgia distinta a la pentecostal, o por doctrinas secundarias y terciarias que yo no abrazo. “¿Qué hago aquí?” me pregunté en muchas ocasiones; solo podía ver aquello en lo que nos diferenciábamos. Mi percepción, condicionada por mi experiencia y formación en mi contexto denominacional, me hacía dudar de toda postura ajena distinta a la mía, sin llegar a cuestionar las propias con honestidad.
Pocas cosas son tan molestas como tener que revisar nuestros anteojos. Lo transparente es lo más difícil de ver. Es un esfuerzo enorme poner en duda lo que nos resulta obvio.
Lucas Magnin. La Rebelión de los Santos. Clie, 2018. p.36.
Revisar mis anteojos denominacionales me hizo bien, aunque en palabras de Magnin, fue molesto. Pero mayor beneficio encontré al enfocarme en lo que nos une. Las doctrinas esenciales, vinculadas a la salvación, fueron una brújula que me guiaron a un nuevo panorama literario que antes no había considerado. Las gringolas denominacional me las quité, y me sumergí en un océano de bienestar.
No significa que las doctrinas secundarias y terciarias no sean importantes, pero no son tan esenciales como aquellas vinculadas a la salvación. Claro está, como pentecostal y continuista, no me podría congregar en una Iglesia reformada cesacionista, porque viviría en un continuo conflicto interno; pero no permitiría que eso me estorbe en mi edificación cuando el instrumento es un reformado cesacionista. En base a nuestras doctrinas esenciales, los puedo llamar hermanos; y doy gloria a Dios por ellos que tanto de Cristo han formado en mí. Fue esta travesía la que me llevó hasta los escritos del Pastor MacArthur.

De acuerdo en lo esencial
Fue en boca de un ministro la vez primera que escuché el nombre del Pastor MacArthur. Usaba términos descalificativos y reduccionistas como: “él es uno de los salvos siempre salvos, un escéptico que no cree en los dones milagrosos”. Todo fue dicho con un tono burlesco y con aires de superioridad. Como joven curioso, y más curioso que joven por ese entonces; en vez de alejarme, me acerqué. Mi sorpresa fue encontrarme con alguien, que en lo esencial estábamos de acuerdo.
El 14 de Julio me golpeó la noticia de la partida a la eternidad del Pastor John MacArthur. “¡No lo puedo creer!”, expresé al verlo en Instagram. “¿Qué sucedió?”, preguntó Eleonor, que estaba junto a mi. “Falleció el Pastor MacArthur”, le respondí. ¿Por qué me dolía tanto la muerte de alguien con quien encuentro tantas diferencias? En algunas ocasiones estuve envuelto en conversaciones de discrepancia respetuosa con algunas de las afirmaciones de MacArthur en su libro “Fuego Extraño”. Pero el 14 de Julio, sentía que un hermano se había ido. Y sí; se fue un hermano.
Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos. Efesios 4:4-6 (NVI)
Somos llamados a vivir como miembros de un solo cuerpo, en humildad y amor, porque compartimos un mismo llamado y una misma esperanza. La unidad visible debe reflejar la realidad espiritual de un solo Señor, una sola fe salvadora y un solo sello del pacto. Nuestra comunión no depende de afinidades humanas, sino de un Dios soberano que habita y actúa en todos los suyos. Y esto debe primar ante cualquier discrepancia.
Doy gloria a Dios por la vida del Pastor MacArthur. Cuando enfrentamos la frustrante realidad de los excesos del neopentecostalísmo, el Pastor MacArthur fue una de esas voces que con centralidad bíblica, fue un instrumento de Dios para que la luz del Evangelio resplandeciera en tantos como yo. Sus diálogos en conferencias con R. C. Sproul, los llevo conmigo como tesoros invaluables. No hay que estar de acuerdo en todo para reconocer la integridad y fidelidad de un servidor de Dios.
Hay una expresión que no aparece en la Ilíada de Homero, que fue escrita exclusivamente para la película Troy (2004), como recurso cinematográfico para dar un cierre emocional y poético a la historia. Se escucha la voz en off de Odiseo diciendo: “Si alguna vez cuentan mi historia, que digan que viví en la época de Héctor, domador de caballos. Que digan que viví en la época de Aquiles.” Curiosamente, tanto con Héctor como con Aquiles, Odiseo tenía diferencias, pero éstas no nublaban su capacidad de reconocer la estatura de ellos. ¿Cuánto más a los que nos une un mismo Espíritu?
En honor a la vida del Pastor John MacArthur (1939-2025)
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