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Nada de que gloriarme


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¿Cuántas veces dijimos?: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.” ¿Cuántas de esas veces lo citamos de forma sentimental? La expresión del predicador es más que un eslogan bíblico, tiene una profundidad teológica significativa.


El predicador en Eclesiastés nos enseña que hay una providencia que gobierna sobre los altibajos de la vida, y que cada cosa tiene un momento ordenado por Dios soberanamente. Si bien es cierto que me adhiero más al marco interpretativo de Jacobo Arminio que al de Juan Calvino, me acerco con mucho temor y temblor al tema de la soberanía de Dios.


Desde nuestra perspectiva arminiana, la soberanía de Dios no se manifiesta en controlar mecánicamente cada decisión humana, sino que Dios decidió crear seres humanos con verdadera capacidad de elección. En otras palabras, su soberanía no se ve amenazada por el libre albedrío, porque fue Dios mismo quien quiso que existiera.


Teniendo presente que la soberanía de Dios y el libre albedrío pueden ser compatibles al ser uno la causa del otro, es muy consolador saber que Dios soberanamente, a pesar de nosotros, hará que sus propósitos se cumplan. Creo que el fin de todo debe ser siempre glorificar a Dios, y aveces en la defensa de las posturas, procuramos más ganar debates que la glorificación de Dios.


Hay un viejo proverbio de barrio que dice: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Este proverbio barrial nos recuerda que nuestros planes son como los de un niño, que ignoran tantas variables importantes para lograr lo que proponen, que resulta gracioso. Nuestra mente finita no puede comprender que algunas de esas variables que hacen posible las cosas están muy lejos de nuestra capacidad y libertad de elegir.


Martín Lutero es un claro ejemplo de esto. Él podía proponerse muchas cosas, pero lo que se logró fue el resultado de un coctel de elementos ajenos a él, que influyeron para que la revolución de la Reforma pudiese ocurrir. Así lo expresa Justo González:


… el impacto de Lutero se debió en buena medida a circunstancias que estaban fuera del alcance de su mano, y de las cuales él mismo frecuentemente no se percataba. La invención de la imprenta hizo que sus obras pudieran difundirse de un modo que hubiera sido imposible unas pocas décadas antes.


El creciente nacionalismo alemán, del que él mismo era hasta cierto punto partícipe, le prestó un apoyo inesperado, pero valiosísimo. Los humanistas, que soñaban con una reforma según la concebía Erasmo, aunque frecuentemente no podían aceptar lo que les parecían ser las exageraciones y la tosquedad del monje alemán, tampoco estaban dispuestos a que se le aplastara sin ser escuchado, como había sucedido el siglo anterior con Juan Huss. Las circunstancias políticas al comienzo de la Reforma fueron uno de los factores que impidieron que Lutero fuera condenado inmediatamente, y cuando por fin las autoridades eclesiásticas y políticas se vieron libres para actuar, era demasiado tarde para acallar la protesta.


Al estudiar la vida y obra de Lutero, una cosa resulta clara, y es que la tan ansiada reforma se produjo, no porque Lutero u otra persona alguna se lo propusieran, sino porque llegó en el momento oportuno, y porque en ese momento el Reformador, y muchos otros junto a él, estuvieron dispuestos a cumplir su responsabilidad histórica.

Justo González. Historia del Cristianismo, Tomo 2, Desde la Reforma hasta la era inconclusa. p.23. 1994, Unilit.


¿Podría gloriarse Lutero de todo lo logrado? En definitiva no. Dios soberanamente orquestó todo para que las condiciones a su alrededor contribuyeran. Así cada día, en las cosas que lucen pequeñas e insignificantes, Dios también está presente. Desde abrir los ojos en un nuevo día y llegar sanos al trabajo, hasta algo tan significativo para la Iglesia como la Reforma.


Vivir conscientes de nuestra responsabilidad al tomar decisiones, nos ayuda a cada día procurar aún más, el vivir una vida alineada a la Palabra, para que cada decisión sea correcta y honre a Dios. Pero también deberíamos vivir conscientes de que todo el bien en nuestra vida no solo es el resultado de nuestras decisiones, sino de Dios que, soberanamente orquesta todo a nuestro al rededor para que nuestras decisiones, según su voluntad, sean fructíferas.


Soli Deo Gloria

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