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El Testimonio de Dios

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1 Corintios 2:1-2


Un hombre que había estado apartado de los caminos del Señor contaba que, en sus años lejos de Dios, frecuentaba un club social. Tiempo después, cuando se reconcilió con el Señor y comenzó a predicar, decide volver a ese mismo lugar a compartir la Palabra. Con entusiasmo, comenzó a contar cómo había sido su vida en aquel club, sus errores, y cómo Dios lo había rescatado. Una y otra vez relataba su testimonio personal, esperando que la gente reaccionara. Pero para su sorpresa, nadie respondía.


Frustrado, en oración, le preguntó al Señor: “¿Por qué la gente no reacciona si yo les hablo de mi testimonio?” Fue entonces cuando sintió que Dios le respondía con claridad: “No hables de tu testimonio. Habla de Mi testimonio.”


La siguiente vez, en lugar de centrarse en su experiencia, comenzó a proclamar lo que Dios había hecho en Cristo: la cruz, la resurrección, la salvación. Y allí, mientras compartía el testimonio de Dios, la gente comenzó a quebrantarse y correr al arrepentimiento.


La enseñanza fue clara: nuestros testimonios son valiosos, pero lo que transforma verdaderamente es el testimonio de Dios en Cristo Jesús.



Pablo y el Testimonio de Dios

El apóstol Pablo lo expresó de manera directa a la iglesia en Corinto: Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado. 1 Corintios 2:1-2


En Corinto, una ciudad conocida por su intelectualismo, retórica y filosofía griega, la gente esperaba discursos elocuentes, cargados de sabiduría humana. Pero Pablo deja claro que no fue a competir con los sofistas ni a impresionar con palabras bonitas. Su mensaje tenía un solo centro: el testimonio de Dios, es decir, la obra de Cristo en la cruz y su resurrección.

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¿Qué es el Testimonio de Dios?

Semánticamente, el término “testimonio” en griego (martýrion) hace referencia a un acto de dar prueba, de declarar una verdad real y objetiva. En este caso, no se trata de una experiencia personal subjetiva, sino del acto divino consumado en la historia: la muerte y resurrección de Jesucristo.


No es simplemente lo que Dios hizo en mí, sino lo que Dios hizo en Cristo por toda la humanidad. El testimonio de Dios no depende de nuestras emociones ni de nuestra elocuencia, sino de una verdad eterna: Jesús venció el pecado y la muerte. Este testimonio no cambia con el tiempo ni con las circunstancias, porque está fundamentado en el hecho histórico y salvífico de la cruz y la resurrección.


La iglesia de Corinto vivía en medio de una sociedad que valoraba la sabiduría filosófica, los discursos persuasivos y la cultura grecorromana del honor y la gloria. En ese ambiente, un mensaje sobre un Mesías crucificado parecía locura y hasta deshonra (1 Cor. 1:23). Sin embargo, Pablo afirma que precisamente allí está el poder y sabiduría de Dios. 


Lo que Corinto consideraba vergüenza, Pablo lo proclamaba como victoria. Porque el testimonio de Dios no depende de la aceptación cultural, sino que se impone como verdad transformadora.


Nuestros testimonios personales tienen un lugar importante, pues muestran cómo el Evangelio se encarna en la vida diaria. Pero nunca debemos olvidar que lo que tiene el poder de salvar y transformar no es nuestro relato, sino el testimonio de Dios en Cristo Jesús.


El desafío es que cuando prediquemos, aconsejemos, o guiemos, Cristo crucificado y resucitado sea el centro. Porque las vidas no son transformadas por nuestras experiencias, sino por el poder del Evangelio.


Así como Pablo decidió no apoyarse en su elocuencia, hoy la iglesia debe decidir no apoyarse en estrategias humanas, emociones momentáneas o discursos motivacionales, sino en el testimonio eterno de Dios.


El testimonio personal puede abrir una puerta, pero es el testimonio de Dios el que rompe cadenas. En un mundo que busca discursos bonitos, filosofías nuevas y experiencias llamativas, la iglesia está llamada a volver al mensaje central: Jesucristo murió, resucitó y vive para dar vida eterna a todo aquel que cree.

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